Por María Gracia López
“Una cultura que vive de espaldas a la muerte pierde densidad y, sobre todo, escamotea una de las dimensiones esenciales de la vida humana”
Enrique Rojas Montes
En épocas de las grandes civilizaciones del mundo antiguo, la muerte tenía un especial significado dentro de cada cultura, ya sea en torno a creencias religiosas y de culto, como a tradiciones y costumbres. La muerte era entonces un acontecimiento de singular respeto y solemnidad, ante el cual siempre se mantenía una actitud positiva, pues la mayoría de culturas creía en la vida después de la muerte.
En la Grecia antigua (siglo V a.C), se consideraba que la vida estaba estrechamente ligada a la muerte, y no sólo por el hecho de que una da inicio al ciclo de vida y la otra le pone fin, sino porque la muerte, según la ley de la polaridad, fortalecía la voluntad de gozar la vida.
Hoy en día, sí que se goza la vida, pero no de la misma manera que proponían los griegos, sino más bien de una forma individualista y materialista, que nos hace alejarnos de nuestra cultura y nuestra tradición. De la misma manera, la falta de fe lleva al hombre a buscar respuestas sobre la muerte, que muchas veces la religión no puede explicar o que simplemente nunca llega a entender, y que por temor o confusión prefiere evadir.
Es así como la concepción de la muerte ha cambiado. Tal como sostiene el sociólogo Jesús de Miguel, en el mundo feliz postmoderno la muerte es un tema tabú, es evitada y retrasada al máximo. Si bien, se sabe que es lo único seguro en esta vida, cada vez se tiene menos consciencia de ello y no se le da la importancia debida.
A excepción de algunos pueblos que aún viven fieles a sus preceptos, la sociedad actual no reflexiona acerca de la trascendencia de sus actos y de su propia vida. Es por eso que la cultura se hace cada vez más inconsistente, vida y muerte, individuo y comunidad, terminan por desligarse.
Por María Gracia López
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