Por Ronald Mego
En la sociedad actual el constante trabajo y la monotonía diaria se han unido indisolublemente para que el cansancio, desinterés, fastidio o falta de energía causen letargo en las actividades profesionales y hasta produzcan inhibiciones internas en el ser humano. Al causante de esas dolencias e indisposiciones se le llama aburrimiento.
Y es que como dicen los estudiosos, el aburrimiento es cruel y mordaz para el cerebro humano, el cual ante situaciones repetitivas pretende encontrar, de alguna u otra manera, lo novedoso y atractivo para mitigar el hastío, pretendiendo acercarse así a lo que entretenga y divierta, que es natural al ser humano.
Es por eso que en no pocas ocasiones para ‘despejar la mente’ y amortiguar el tedio se va al encuentro de las noches bohemias y toda clase de deseos frenéticos, pero que en lugar de encontrar la tan ansiada alegría y diversión, la vergüenza y el arrepentimiento posteriores son fatalmente lo único descubierto hasta ese momento, dejando al ser humano en peores condiciones que antes.
Es verdad, y no cabe duda, que la diversión es necesaria en la vida de cada hombre para aliviar la mente y el corazón, contribuyendo a compartir experiencias con los amigos, desplegando nuestros sentimientos y habilidades, pero sobre todo que en la exploración de ese beneficio personal debe primar el respeto hacia uno mismo y hacia los demás. Todo lo contrario es falsa diversión, la misma que desorienta la conciencia y hace la vida miserable.
El desorden conductual, la exacerbada libertad y vergüenza producto de esa desmedida y exclusiva diversión denigran al hombre, ya que son contrarias a su naturaleza intrínseca, traban la razón, fomentan el egoísmo y socavan la dignidad del hombre.
Cabe decir que la diversión atinada contribuye también al desarrollo personal. Sí porque con el sano esparcimiento también se crece, se cultivan los talentos y se sirve a los demás. No olvidemos que el entretenimiento es también una forma de expresarse, cohabitar, relacionarse con el otro, en pro de la búsqueda de la verdadera felicidad, tantas veces esquiva al ser humano.
Por Ronald Mego